
Se levantó una mañana, aquella de quién los niños pensaban que le pasaba algo, vacía del todo. No sólo porque se hubiese desecho por el trono de litros y litros con tropiezos de lo ingerido la noche anterior, una noche más en la que trataba de olvidarse y escapar, si no otro tipo de vacío. Su único relleno era sangre y vísceras. No sentía más que lo que sus 5 sentidos le permitían. Notaba que algo le faltaba, que se había arrancado una parte de sí misma que sólo comenzaba a despegarse, como una postilla que ya se ha secado y dejará una marca para siempre. Así, como una autómata, se obliga a realizar las necesidades naturales de los animales, con una puntada en las mejillas para forzar una sonrisa. Poco más. Días que son copias de copias. Y por la noche, de nuevo sin sitio, buscando un rinconcito en la casa donde no molestar más de lo permitido. Como un gato que se sube a un armario para ver pasar el tiempo. Esperando los químicos y los destilados.