martes, 10 de enero de 2012

Rellena, que no llena

Se levantó una mañana, aquella de quién los niños pensaban que le pasaba algo, vacía del todo. No sólo porque se hubiese desecho por el trono de litros y litros con tropiezos de lo ingerido la noche anterior, una noche más en la que trataba de olvidarse y escapar, si no otro tipo de vacío. Su único relleno era sangre y vísceras. No sentía más que lo que sus 5 sentidos le permitían. Notaba que algo le faltaba, que se había arrancado una parte de sí misma que sólo comenzaba a despegarse, como una postilla que ya se ha secado y dejará una marca para siempre. Así, como una autómata, se obliga a realizar las necesidades naturales de los animales, con una puntada en las mejillas para forzar una sonrisa. Poco más. Días que son copias de copias. Y por la noche, de nuevo sin sitio, buscando un rinconcito en la casa donde no molestar más de lo permitido. Como un gato que se sube a un armario para ver pasar el tiempo. Esperando los químicos y los destilados.

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