jueves, 21 de enero de 2010

Virginie Élisabeth Louise Charlotte Antoinette Thérèse Marie Oldoïni

Virginie Élisabeth Louise Charlotte Antoinette Thérèse Marie Oldoïni, más conocida como condesa de Castiglione, fue una espía italiana que se tiró a Napoleón III, influyendo y ayudando en la unificación italiana a mediados del s. XIX. Seguro que hizo más cosas por allá la aristócrata esta, pero no me interesan demasiado. Ya se sabe que no soy ni muy espabilada ni muy culta, así que no me las daré de tal dando una clase y dejaré a los amantes de la historia dichos menesteres.
Esta un tanto excéntrica condesa llamó mi atención por una serie de retratos y fotografías que se hizo tomar por Pierre-Louis Pierson, fotógrafo de la corte francesa, a lo largo de unos 40 años. Fueron mas e 400, pero actualmente no sé cuántas se conservarán o dónde.

Le gustaba retratarse interpretando diferentes roles, difrazándose, recreándose una y otra vez, para los que hizo condtruir diferentes escenarios y ambientes. Algunas fotografías las hizo pintar y otras las pintaba ella misma, para matar lo plano de la ausencia del color. También mandó sacar fotos de sus pies y piernas (no más ariba de la rodilla), lo que para entonces era bastante escandaloso. Serían las primeras obras en tocar la podofilia?

Ella era conocida en su época for sus excéntricas maneras y sus elaborados vestidos. Era una persona muy educada, que hablaba fluidamente 4 idiomas y dominaba la música y la danza. Era considerada la más bella de su época, siendo además muy alegre, despreocupada, soñadora y amante de las fiestas y los viajes. Su entrada en los bailes, siempre tarde, la hacía escoltada hasta la esquina del salón para desde allí poder ver la reacción que su presencia causaba en el resto de invitados. Decían que encandilaba al momento que la veían, pero en unos minutos conseguía ennvervar a cualquiera debido a su arrogancia. De echo, decía no hablar con mujeres. Se quería demasiado. En las fotografías o cuadros en que se hacía retratar a menudo utilizaba espejos y se miraba y se miraba. Y se miraba más.

Con el tiempo, se hizo, como todas, una vieja pelleja que sólo salía cuando ya había anochecido. Vivia en un oscuro apartamento en París con las habitaciones decoradas de un negro impoluto, con las ventanas cerradas y los espejos tapados para no enfrentarse así a su imagen envejecida y su pérdida de belleza. A finales de siglo, contactó de nuevo con Pierson para una nueva serie de retratos, sufriendo ya una creciente inestabilidad mental. Su pelo era lacio y los dientes se habían caído, sólo el atuendo era el mismo. Su expresiva mirada era sustituida por una profunda tristaza. Su barrroco esplendor había decaído en una parodia de sí misma.

Murío a finales de 1899, soñando con una retrospectiva de sus obras (que nunca llegaría) en la Exposición Universal de 1900 bajo el título de "La mujer más bella del siglo".

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