sábado, 20 de marzo de 2010

Con las patas por corbata

Ya sea a la gallega, al horno, en vinagreta, al ajillo, en salpicón, en sopa o simplemente cocido, el pulpo me gusta. Últimamente, tengo tentáculos dándome vueltas en la quijotera contínuamente. Nuva obsesión.
Su viscosidad, gelatinidad, blandiblubidad, elasticidad, sus colores para camuflarse, para expresarse, parace venido de otro planeta. Uno de los animales más curiosos y extraños y que más admiro de los que tengo noticia. Me gustan sus ojos como canicas, esa deformidad que se asemeja auna cabeza, la forma en la que se mueven y la forma en la que sus ventosas disminuyen a medida que llegan a la punta de la voluta que se forma en cada uno de sus 8 brazos. Pudiendo incluso, como contaban, abrazar barcos para sumergirlos en los abismos en los que el kraken mora.


También ha sido llevado a ámbitos eróticos, pero sin hablar de ese estilo del hentai en el que monstruos de 8 brazos meten sus tentáculos en niñas japonesas. Uy, no, de ese no hablo. Más bien de detalles de pulpos muertos (o no) descansando sobre partes del cuerpo femenino.

U otras, más de mi agrado, en las que estos cefalópodos hacen de complemento pasando a segundo plano posando junto a bellas féminas.

Han sido inspiración de diversos artistas, entre ellos, algunos ilustradores. Yo, en calidad de simple aficionada al dibujo, debería malhacer una octopussy. Debería retomar los lápices. Y los patrones, y la aguja, y las ideas, y las ganas, y...

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